A orillas del Neckar

Pues esta vez la familia, menos el más pequeño que se quedó en Madrid, puso rumbo al norte del norte; Heildelberg, en Alemania.

Aterrizamos en el aeropuerto internacional de Frankfurt a media mañana. El día era gélido, como se espera  de centro Europa en esta época del año.

A la intemperie, durante los 30 minutos en los que aguantamos las inclemencias del tiempo, esperamos el autobús de línea que nos tenía que llevar hasta esta pequeña ciudad del suroeste de Alemania. La verdad es que esta parada de autobús era un poco “inesperada” para tratarse de la siempre eficiente Alemania.

Llegamos a nuestro destino, justo a la hora de comer (alemana), donde mi prima Ixil nos aguardaba con un humeante plato de lentejas. Por cierto, un luminoso sol de invierno apareció en el acerado cielo.

Buscando aprovechar el buen tiempo, salimos a tomarnos el postre por las calles de Heidelberg. Nuestro primer paseo trascurrió paralelamente al rio Neckar, por la calle peatonal principal de la ciudad que se dice es las más larga de toda Europa, donde las tiendas y mercados navideños se agolpan a cada lado.

Si uno se pierde por las calles aledañas encuentra rincones mucho más agradables y menos concurridos. De hecho, nos tomamos un magnífico café (de los mejores de mi vida) y una deliciosa tarta casera en una pequeña cafetería regentada por unos venezolanos. El sitio es muy reconocible porque cuelgan su bandera en uno de los ventanales que da a la calle y también porque tuestan el café a la vista de todo el mundo dentro del establecimiento. Cafés latinoamericanos preferentemente y con garantías de comercio justo. Esa es su filosofía.

De este paseo vespertino me gustó mucho también el Puente Viejo y las vistas que ofrece de la parte vieja de la ciudad y del Camino de los Filósofos, al otro lado del río.

Existe en este punto de la ciudad una divertida anécdota sobre una escultura de  mono, que custodia la entrada al puente y con la cual uno puede fotografiarse con su desagradable culo. Parece ser que esta zona  fue frontera entre Alemania y Francia , llegando los vecinos franceses a estar en la otra orilla del río  Neckar. Esta escultura daba la bienvenida a los invasores enseñando su feo ojete de mandril.

Como el frío arreciaba, decidimos darnos una vuelta por una mítica tienda de accesorios navideñas cercana a la calle peatonal. Una delicia para los amantes de esta época del año y para los críos. Sí hay que reconocer también que los precios estaban bastantes inflados también con respecto a lo que tradicionalmente conocemos en España.

Y para celebrar esta primera andanada navideña nos metimos en una cervecería clásica a degustar un buen surtido de cervezas. Curiosamente la sirven fresca, pero no fría, que es costumbre en los países más cálidos.

La jornada siguiente comenzó con un espectacular paseo mañanero por el Camino de los Filósofos, sencilla ruta cercana a Hildelberg, que inspiró a muchos pensadores alemanas.

En esta época del año es particularmente impresionante. El bosque se tiñe de tonalidades rojizas y anaranjadas.  Hay tanta humedad que crecen por doquier infinidad de setas en cada rincón, cada una con sus propias formas y colores. Es un bosque silencioso; apenas se escuchaban nuestros pasos porque todo el suelo está cubierto por  las hojas caídas de los árboles. Los troncos y ramas caídas también están vestidas del verde fosforito del musgo. Un verdadero deleite para los sentidos.

Después de tanta belleza, llegamos a un lugar sobrecogedor;  en la cima de esta colina, se abre a cielo abierto, un inmenso teatro nazi. El régimen nacionalsocialista se reunía con sus juventudes para hablar de la raza y la gran Alemania.

Este punto, cargado de energía, también lo utilizaron los celtas previamente para sus reuniones entre clanes.

Unos metros más arriba, también descansan las ruinas de una antigua abadía sobre una inmensa explanada.  En el centro de la construcción, un túmulo rodeado de flores y velas artificiales guarda los restos del que fuera abad de este complejo en el siglo XI.

El paseo mañanero tan agradable dio paso a un hambre atroz. Por fortuna, y siguiendo lo planeado, el final de nuestra ruta nos condujo a una antigua abadía donde todavía preparan su propia cerveza y las tradicionales salchichas alemanas con chucrut y puré de patatas. Así que comimos copiosamente  en una larga mesa corrida de madera al calor de las estufas.

A la mañana siguiente nos levantamos todos bien temprano para visitar la cercana localidad de Ladenburg, a escasos 20 minutos en tren. El principal atractivo de esta visita es pasear por sus calles y disfrutar de la típica arquitectura rural alemana de esta parte del país. Integrado en el casco histórico del pueblo se encuentran unas antiguas ruinas romanas que datan del 200 a. C. Otra curiosidad de este sitio es que fue la cuna del Sr. Benz, inventor del primer vehículo de la historia, impulsado por un motor de combustión interna.

Cerramos otra maravillosa jornada comiendo platos típicos de la región, incluidas las deliciosas tartas caseras, regados siempre con buena cerveza.

Nuestro último día no dio para mucho más que para comprar los clásicos detalles navideños a la familia.

Así, en otra fría mañana de invierno alemana, nos despedimos de mi familia y dejamos Hildelberg.

¡Hasta pronto!

 

 

 

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