El norte, siempre es un acierto.

Pues como la tradición manda, iniciamos nuestras esperadas vacaciones con un nuevo descenso a nado por el Río Sella.

Y como es tradición, también, los primos volvimos a copar las últimas posiciones del descenso. Mucho nivel de los locales en sus travesías…

Contrariamente a otros veranos, buscamos alojamiento un poco alejados del “bullicioso valle de la familia”. El lugar escogido fue una bonita casa de campo, en el pueblo de Torazu. Contaba esta con una gran superficie ajardinada, terraza, barbacoa exterior y toda la suerte de accesorios del mundo civilizado que tan feliz hacen a mi mujer e hijos.

Aunque separados por unos pocos kilómetros, la vida en el valle te atrapa y nosotros fuimos víctimas de ese embelesamiento; los primeros días nos dedicamos a redescubrir las rutas y trochas que tantas veces hemos recorrido, a contemplar extasiados los verdes paisajes que rodean las cabañas familiares y, por supuesto, a degustar las exquisitas viandas que la familia preparaba para los visitantes.

Destacable de aquellos días por tierras asturianas fueros las visitas a Espinaredu, con todos sus hórreos, el muy televisivo Lastres y la ya mítica Playa de Vega, donde pudimos coger las primeras olas en familia en mucho tiempo.

Muy destacable, cercano a la mencionada playa, un garito playero denominado Pura Vida; vistas increíbles, una buena selección de cervezas artesanas y prados donde reposar los cuerpos ¿Para qué queremos más?

Capítulo especial fue reencontrarme con viejos amigos de Madrid en Casa Colo, un excepcional restaurante localizado en Ceceda. En increíble compañía, degustamos la típica comida asturiana. En el exterior mientras orbayaba para refrescar un poco la atmosfera de un verano sofocante.

Concluimos nuestro periplo asturiano con la también tradicional “ceremonia chamánica” en casa del primo manolo. Un cierre nocturno apoteósico acorde con todo lo que se vive en el valle verano tras verano….

No abandonamos el norte en este segundo periodo vacacional. Decidimos retornar a Pujayo, en el interior de Cantabria. Esta pequeña localidad, colindante con la más conocida Bárcena Pie de Concha, es un monumento a la arquitectura tradicional serrana de la zona.

Además de la mencionada belleza, mis dos hijos cuentan una nutrida pandilla de amigos, que es casi lo más importante para elegir destino vacacional, máxime cuando durante esos primeros días acontecía la famosa fiesta popular de La Maya. Esta ancestral tradición consiste en levantar dos troncos de haya (en realidad es 1 dividido en dos partes), alcanzado la estructura una altura de unos 30 metros, tirando de sogas y usa suerte de estacas para mantener la verticalidad.

Además de esa proeza, las fiestas transcurren en inmensa algarabía por parte de los locales, alcohol duro, desde primera hora de la mañana, y actividades varias para los más pequeños. El descanso NO está asegurado en varios días.

Pero no dejamos de visitar la región en cuanto nos dejaron salir del pueblo…

De las rutas por el interior me quedaré por el periplo realizado entre las localidades de Potes, Aguilar de Campoo y Fontibre.

La primera parada, en el interior de Cantabria, nos mostró otro pueblo interior con la característica arquitectura de montaña en la Comarca de Liébana. Confluencia de varios ríos y enclavada en medio de los picos de Europa, Potes tiene cierta relevancia histórica en la región. Además sus ricas tierras y clima apropiado permite extensas zonas de cultivo.

De Aguilar de Campoo, ya en tierras palentinas, nos embelesó el Monasterio de Santa María la Real. Mezcla de estilos arquitectónicos (románico, gótico y cisterciense), acoge en su interior distintas aulas formativas públicas y privadas, además de un excelente restaurante donde deleitarse con su exquisita cocina. Tomarse un vermú en el patio de la antigua abadía no tiene precio.

Cerramos nuestro recorrido visitando el nacimiento de uno de nuestros ríos más emblemáticos; Fontibre (Fuente del Ebro). La persistente sequía que afecta a toda la península le restó caudal y espectacularidad a este accidente geográfico, con lo cual decidimos pasar nuestras penas comiendo en un magnífico restaurante que está a la vereda del río y cuyo nombre responde por Fuentebro.

¿Con quién coincidimos? Con mi padre, que para variar recorría el norte de España con su bicicleta, abriendo nuevas rutas hacia/desde Santiago de Compostela.

Aquellos felices días de agosto no dejamos de visitar la imponente costa cantábrica. Desde la playa de Berria, con la particularidad de que aquí se encuentra el centro penitenciario de El Dueso (y sobre el que ahora profundizaré) hasta la playa de Liencres, de las más bonitas de Cantabria.

Sobre El Dueso quería comentar dos aspectos que me parecen muy interesantes, Este penal de reclusos comunes, tiene dos programas para ayudar en la reinserción de los presos una vez alcanzada su libertad. El primero versa sobre la práctica del rugby dentro la cárcel. Este deporte colectivo, cuyos valores son sobradamente conocidos, ayuda a los presos a relacionarse de manera diferente, huyendo de rivalidades y trabajando por un bien común; el equipo.

Otra de las actividades del penal, dada su ubicación geográfica privilegiada entorno a un espacio natural único, como son las marismas de Santoña, propicia la observación, estudio y seguimiento de las aves que allí habitan. Esto lo hacen también los reclusos.

La posterior visita a la cercana Santoña y la degustación de sus exquisiteces locales (todos productos del mar), desde luego, merece la pena también; se respira el aroma portuario pesquero, a salitre y pescado. Es, durante los meses de verano, una localidad bulliciosa, con visitantes de todos los lados y locales que se entremezclan por sus callejuelas y, sobre todo, en su particular malecón que mira a la ría y a las dunas de Laredo.

Cerramos nuestro viaje en la siempre elegante ciudad de Santander. Además de pasear por sus espaciosas avenidas, pegadas al mar, por sus playas de arena dorada y el mítico Palacio de la Magdalena, descubrimos una ciudad, desconocida para mí, en el ámbito del tapeo.

Desde luego era viernes noche, con todo a rebosar, pero la variedad de establecimientos en la zona centro, para tomarte algo, es apabullante. Muchos locales, muy bien puestos y con una amplia carta de productos de primerísima calidad.

Nada que envidiar a los barrios más chic de las grandes capitales….

Así concluimos.

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