En el fin del mundo.

Anochecer.

Pues un 8 de diciembre, día frío en Madrid, pusimos rumbo a Finlandia buscando auroras boreales, paisajes nevados, aventuras de distinta índole y al abuelo Joulupukki(Santa Klaus). Toda la familia juntos.

Fue un viaje largo, pero hay que reconocer que los tres pequeños se portaron bastante bien. Estaban excitadísimos con lo que se les veía encima.

Con toda la emoción del mundo aterrizamos en mitad de la noche ártica, sobre una pista de aterrizaje rodeada de nieve y medio helada, en la localidad de Kuusamo. Este aeropuerto internacional por necesidad, dada la creciente demanda de estas visitas, sólo admite aviones pequeños (y que así siga) debido a las dimensiones de este.

Cogimos un autobús que nos esperaba a las afueras de las instalaciones aeroportuarias y nos dirigimos hacia la región de Laponia, unos cientos de kilómetros más al norte.  Por el camino cruzamos la línea invisible que marca el paralelo 66º, la entrada oficial al círculo polar ártico.

En un par de horas llegamos a Salla Tuunturi, la pequeña localidad que iba a ser la base de operaciones de la familia los siguientes días.

El día llegaba a su fin (con sólo de 3 horas de luz al día), así que aprovechamos para probarnos la ropa ártica que nos prestó el complejo, idónea para estos climas extremos, compuesta de un mono completo, pasamontañas y botas especiales. Las otras capas interiores venían de España.

Nos instalamos también en las confortables cabañas de madera, perfectamente adaptadas al frío y realmente cómodas. La nuestra, de las más grandes de la zona para hospedarnos a toda la familia, constaba de dos plantas. En la planta baja se encontraba un salón con chimenea, zona de muda, para cambiarse de ropa al entrar/salir de la vivienda, baño, sauna y zona de secado para la ropa de exterior. En la planta superior los cómodos dormitorios, un amplio salón, comedor y la cocina.

Después de nuestra primera suculenta cena “ártica”, a base de reno, ensaladas y buena cerveza local, nos dimos un último paseo para para seguir habituándonos al frío que nos esperaba. Un frío, que, en ese primer día, te quemaba las pituitarias, te congelaba el bello de la cara y te secaba los ojos.

Amanecimos muy temprano, en plena noche cerrada. Por delante nos esperaba un día plagado de emociones para niños y adultos.

Tras la pesada rutina de equiparse con toda la equipación contra el frío y un contundente desayuno sami, arenques ahumados incluidos (sólo yo la verdad), nos dirigimos a por nuestros trineos y perros. Íbamos a convertirnos en auténticos mushers.

Musher.

Con esto término se denomina a los “pilotos” de trineos tirados por perros. En el pasado era uno de los métodos tradicionales de transporte de personas y mercancías entre núcleos poblacionales en los parajes nevados polares. Actualmente sólo constituye una disciplina deportiva y una actividad de aventuras .

Las cuadrillas de perros se conforman con perros de raza o mestizos, pero siempre propias de climas fríos (Husky, Malamute, etc…), que viven a la intemperie y a los que se entrena para esta labor.

La manada.

Siguen un orden concreto para organizar el tiro del trineo; las perras líderes en cabeza, que son las guías del trineo por los parajes helados. Después vienen las perras que podrían ejercer ese rol también, pero que todavía no son las líderes de la manada. Por último están los machos fuertes del grupo, de amplias espaldas y que arrastran casi todos los kilos del equipo.

Los perros, cuando se percatan de la presencia de personas, intuyen que van a salir a correr y se vuelven locos. Se ponen a ladrar histéricos, brincan de un lado para otro y, entre tanta sobre excitación, se desata alguna riña entre los componentes de la manada. Tanto estruendo monta que los cuidadores habitualmente trabajan con cascos protectores de ruido.

Mi hermana, mi cuñado y yo fuimos los encargados de dirigir los trineos mientras que el resto de la familia viajaban sentados en la parte delantera del patín abrigados por mantas de renos. El frío apretaba.

Nada más soltar a los perros, libres como el viento, se lanzaron a una vertiginosa carrera por los bosques árticos que rodean Salla.

La conducción tiene su técnica; la transferencia de pesos del piloto para abordar las curvas del recorrido, el sumar fuerzas con los perros, en las pendientes ascendentes, empujando el trineo y el tener la destreza para usar el freno de pie cuando fuese necesario.

Comentar que los bosques que transitamos son un tesoro natural, lleno de especies vegetales únicas, que florecen con la llegada de la primavera, y hogar del majestuoso urogallo, emblema del parque.

Por la tarde, después de almorzar salchichas y jugo de bayas, en una típica tienda Sumi, dedicamos unas horas a intentar pescar en hielo en un lago cercano.

Primero tienes que perforar la gruesa capa de hielo con una herramienta tipo sacacorchos, de afiladas cuchillas, que abre el hueco exacto para sacar las capturas. Con una caña de reducidas dimensiones, introduces el sedal en el agua unos centímetros por debajo del hielo. No se necesita mucho más.

Pescando.

Aunque nosotros no sacamos nada, se presupone que la cucharilla, con sus suaves oscilaciones, genera reflejos gracias a los rayos de sol que se filtran por el agujero. Esto atrae a los peces deseosos de un suculento bocado en medio de las gélidas aguas.

Volvimos a cenar abundantemente platos típicos de la región. Como novedad en el menú resaltar el KoskenKorva con el que regamos mi cuñado y yo los platos. Una suerte de vodka local suave y que entre de maravilla.

Después de cenar salimos a pasear para aligerar los estómagos Los más aventureros tuvieron el valor de tirarse por las pistas de esquí ya cerradas, con pequeños trineos de plástico, deleitándonos a los espectadores con todo un espectáculo de bofetadas a toda velocidad.

Al día siguiente tuvimos una actividad parecida, pero esta vez en trineos tirados por renos. Mucho más plácido que la experiencia con perros, quizás demasiado para mí, pero que permitió tirar buenas instantáneas del paisaje en nuestro lento avance. Eso sí, la ausencia total de adrenalina y ejercicio hizo que pasásemos mucho frío. 

Reno y atardecer.

Los colores del cielo, mientras anochecía, eran increíbles. Aquella jornada el cielo estaba despejado y el cielo se tornó anaranjado, dándole a todo el paraje nevado tintes cálidos.  Todo era idílico (salvo por las terribles temperaturas).

Posteriormente visitamos la granja de renos, de donde provenían nuestros animales de tiro, guiados por Petya, un gigantón ruso asentado en este lado de la frontera.

Como nos explicó, los renos, contrariamente a lo que se piensa, no viven en estado salvaje. Cada animal pertenece a un ganadero, que cuenta con grandes extensiones de territorio, donde los animales viven en libertad la mayor parte del año. Una vez por temporada reúnen a todos los renos para discriminar aquellos que seguirán viviendo en este entorno, aquellos que se destinarán a la industria cárnica o textil, animales para uso doméstico, etc…

Los ganaderos se quejan mucho de la cantidad de animales que pierden por los accidentes de tráfico en la zona.   La creciente demanda como destino turístico de esta región ha incrementado el tráfico rodado por estas carreteras. Estos animales pululan por ellas libremente, ocasionando graves problemas de seguridad vial.

Animal de tiro.

Lobos, linces y glotones también causan estragos entre la población de renos.  Esto sí por pura evolución natural.

Por la noche, mi cuñado y yo, decidimos vivir la experiencia única de salir a correr en el círculo polar. Bien abrigados y con la emoción de estar haciendo al único, recorrimos unos 7km de paisajes nevados, quietos, silenciosos… Apenas nos cruzamos con nadie. Menos haciendo deporte. Algún vecino curioso se asomaba a las ventanas, navideñamente decoradas, al escuchar el crujir de la nieva bajo nuestros pasos.

Después de la aventura de correr a -20ºC, tocaba 10 minutos de sauna, ducha térmica y cerveza local para rehidratarse. Esto y una cena maravillosa , incluidos el Koskenkorva, cerraba otra maravillosa jornada en Laponia.

Nuestro último día iba a ser el más especial, tanto para niños como para adultos. Una jornada llena de emociones fuertes y magia.

Empezamos fuerte, desayunando copiosamente en el restaurante de Sallatunturi, y abrigándonos con todo lo que teníamos. Pintaba que íbamos a pasar frio ese día porque teníamos un safari en motos de nieve.

Tras la pertinente charla técnica y de seguridad sobre el manejo de las potentes motos de nieve, nos subimos por parejas de adultos en las mismas. Los críos iban en un trineo cerrado y con calefacción a la cola de la expedición.

¡Espectacular! Así es como describo esa experiencia; kilómetros de ruta por los bosques árticos, parándonos en puntos clave para deleitarnos la vista con paisajes salvajes y solitarios. La sensación de silencio imperturbable que todo lo envuelve, sólo interrumpido por el sonido amortiguado de la nieve al caer.

Uno de los momentos más impresionantes de nuestro retorno fue cuando una hembra de reno, acompañada por una cría de cierto tamaño, nos acompañó durante un largo trecho. A pesar del estruendo de las motos, parecía que demandaban compañía en medio de tanta soledad.

El almuerzo/cena tuvo lugar en otra tienda típica de estas latitudes, pero mucho más amplia que en la que estuvimos el primer día. Volvimos a degustar la cocina típica Sami, pero mucho más elaborada; carnes, pescados, sopas, postres….Todo servido estilo buffet sobre una amplia canoa.

La chimenea calentaba la gran estancia y nuestros guías amenizaron el momento con historias locales acerca de la fauna, mitos y costumbres.

Y llegó el momento más esperado por los pequeños; íbamos a visitar al abuelo Yulupuki (el anciano del bosque). Para no perder las buenas costumbres toda la familia nos subimos en un enorme trineo que nos condujo, en medio de la noche,  hasta una aislada cabaña en mitad del bosque.

Allí, una oronda elfa nos recibió y nos invitó a esperar junto al fuego la audiencia con el anciano.  Al poco tiempo la puerta de la cabaña se abrió y conocimos a  Joulupukki.

Departió amigablemente con todos y especialmente con los niños, acerca del difícil año que dejábamos atrás. Los pequeños, emocionados, relataron sus aventuras, sus logros y su buen comportamiento general.

Este les prometió grandes sorpresas para el 24 de diciembre.

Raquetas.
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