De ruta por el sur; de la tórrida Almería a la salvaje costa gaditana.

Pues rompiendo la tradición familiar, en este periodo estival, decidimos poner rumbo al sur de la península.

La verdad es que tomamos esta decisión envueltos en un mar de dudas; en casa no somos muy partidarios de los calores extremos veraniegos y las masificaciones de turistas, pero salió algo bastante curioso.

La primera parada de nuestro periplo nos llevó a zombie land, término cariñoso con el que nos referimos al lugar escogido por mi padre para vivir en Murcia.

Concretamente hablamos del Condado de Alhama; un extenso golf resort que se construyó en medio de un páramo semidesértico, rodeado de granjas de cerdos, ya que la fábrica El Pozo está radicada en esa zona, y situado a 30 min en coche de la ciudad costera de Mazarrón.

El lugar esta “protegido” por una desproporcionada valla metálica que rodea todo el perímetro y garitas de seguridad más propias de una embajada.  La identificación de los vehículos y pasajeros es indispensable para el acceso al Condado.

Dentro todo es verde; los jardines, los paseos, las palmeras, los campos del golf…..Todo verde y cuidado en un lugar donde apenas llueve. Un paraíso sólo alterado por las nubes de moscas que se reproducen en enjambres por culpa de las granjas próximas.

La verdad es que dentro del complejo uno encuentra todo lo necesario para vivir una vida cómoda; los servicios son suficientes, hay alternativas de cierto ocio y las instalaciones están muy bien. Solamente las inevitables visitas al médico no están cubiertas dentro de este remanso de paz y tranquilidad.

Por tanto, la gente veranea aquí durante todo julio y agosto, sin apenas moverse de ese “paraíso” en medio de la nada.

La rutina diaria varía poco; de la piscina a la casa y de la casa a la piscina. Por las tardes al centro comercial a tomar algo fresquito ya que el calor es acuciante.

Pero para los más jóvenes sí es un plan fantástico, ya que se montan pandillas multitudinarias que alargan los días entre las canchas de fútbol y piscinas.

Pero nosotros, como raritos que somos (incluido mi padre), no paramos de movernos esos días buscando calas donde bañarnos, excursiones varias y sitios interesantes donde comer.  Acertamos  de aquella manera con nuestros planes, dada la afluencia masiva de visitantes a los mismos sitios escogidos por nosotros. Sólo en La Azohía encontramos nuestros huequitos, a determinadas horas, para disfrutar de este enclave maravilloso del litoral murciano.

En plena ola de calor, con el termómetro rozando los 44ºC, cargamos el coche y nos bajamos más al sur, a Sorbas, Almería.

En poquitas horas llegamos a Cariatiz, lugar donde habíamos reservado una suerte de cortijo compartido con el exótico nombre de Almond Reef.

El nombre de este lugar se debe, a que la propietaria del mismo, fue una de las muchos hippies ingleses que se trasladaron a vivir a Almería buscando reconectar con lo rural. Con exquisito gusto reformó y restauró una casa de campo con todas las comodidades que un urbanita puede desear; piscina, una inmensa parrilla y un patio exterior mirando al campo.

Lo confortable y atractivo de nuestro cortijo hizo que hiciésemos bastante vida casera y “de pueblo”. Cuando digo «de pueblo» me refiero a las continuas visitas que hacíamos al único bar de la zona, donde podías comer y beber hasta saciarte por 20€ los 4 integrantes de la familia. Todo a base de tapas locales bien generosas.

Otra de nuestras citas en el pueblo era con el cine de verano en la plaza del ayuntamiento. Nos juntábamos hasta 8 personas, en las tórridas noches del interior de Almería, para ver películas estrenadas ya hacía tiempo en las grandes capitales.

Pero nuestra cita diaria favorita era salir a coger insectos y observarlos. En esta zona desértica encontramos infinidad de arácnidos, escolopendras, escarabajos, saltamontes y otros artrópodos que propiciaban entretenidas charlas acerca del mundo animal.

Además de esa vida tranquila y pausada algunos días decidimos bajarnos a la zona costera, atestada de gente, donde teníamos amigos que visitar.

Nuestra base de operaciones era Aguamarga, hermosa localidad costera, que se ha puesto de moda los últimos años, estilo Ibiza, y que es la puerta de entrada al Parque Natural del Cabo de Gata.

Pues allí pasamos una agradable primera jornada, acompañados de nuestros amigos Ainara,  Javi e hijos, y que tuvo un poquito de todo.

Empezamos la mañana con una pequeña putada, debido a que a mi hijo mayor Matías, mientras se zambullía en las cálidas aguas mediterráneas, se le pegó en el hombro una Pelagica Nocticula o medusa luminiscente, causándole un importante quemazón en el hombro. Actualmente la cicatriz luce a modo de tatuaje polinesio.

La proliferación de medusas va ligado al deterioro paulatino de la calidad del agua de nuestros mares y océanos.  La temperatura, la contaminación y la ausencia de depredadores favorecen su crecimiento exponencial cada verano.

Pero después de esta inoportuna experiencia, el día se dio magníficamente; primero con un divertidísimo y largo aperitivo en la plaza del pueblo, rodeados de amigos. Después, bien contentos por las cañitas heladas que corrían por doquier, estos amigos nos invitaron a comer al restaurante de más renombre de Aguamarga. Más cerveza, buen vino blanco y productos del mar. Todo mirando al Mare Nostrum. Tras este suculento banquete sólo quedaban las copas al atardecer …..Bufff, mi cuerpo no aguantó y tuve que irme a dormir una larga siesta. Teníamos que volver al pueblo.

Otra de las visitas al parque fue al Playazo de Rodalquilar. Comprendida entre las localidades de Las Negras y Rodalquilar, es un playa de aguas tranquilas y transparentes, con una zona central de fina arena, mientras que en los laterales de la misma se abren calitas de rocas fosilizadas. También hay un fortín defensivo que data de la época de Carlos III y que custodia esta parte del litoral.

Bajo el agua, con una máscara de buceo, pudimos disfrutar de la fauna y flora marina más representativa de nuestras costas; praderas de posidonia, meros, pulpo, castañuelas, sargos, erizos….muchos tesoros tras nuestro cristal.

Por último y también visita obligada; las cuevas de Sorbas. Este, todavía poco conocido sistema de cuevas y galerías creados en yeso, en medio de un paisaje de karst, es único en España.

Las rutas disponibles varían en función en la exigencia física y técnica que demandemos. Hay visitas a galerías aptas para toda la familia, de poca duración y trayectos poco técnicos. Otras galerías estás parcialmente sumergidas y harán las delicias de los que quieras remojarse un rato largo (¡ojo aguas a unos 10º!) y, por último, existe la versión más técnica de las visitas; con rápeles, estrechas gateras a recorrer a rastras, escalada….

Le mejor época para visitar las cuevas son los meses estivales. Minimizas el riesgo de lluvia y rebajas la peligrosidad de la actividad.

Casi sin darnos cuenta había pasado nuestra primera semana de vacaciones. Teníamos que partir, teníamos que llegar a Tarifa. Nos íbamos al sur del sur.

Del trayecto en coche por la Autovía del Mediterráneo, me sobrecogió el denominado mar de plástico. Los invernaderos cubren una extensísima zona entre Almería y Málaga. Kilómetros cuadrados de plásticos, donde florecen poblaciones que viven de la agricultura intensiva de esta parte del mundo. Muchos de los habitantes de este ecosistema viven en condiciones muy precarias, similares a la de los países que les vio marchar buscando un futuro mejor. 

Pero el paisaje va cambiando paulatinamente; dejas los plásticos para asomarte al mar desde las escarpadas montañas que jalonan la costa granadina. Después pasas por la siempre exuberante (en todos los sentidos) costa malagueña hasta llegar a la costa gaditana, la más salvaje.

Nuestro destino final era Facinas; hermoso pueblo, encalado todo en blanco, que se asienta en las laderas de un monte entre las localidades de Tarifa y Zahara de los Atunes.

Las primeras horas en “nuestro nuevo hogar” transcurrieron entre quintos fresquitos y entrecots de retinto, el ganado bovino local. No estaba nada mal para empezar.

La primera parada, tras horas de sueño, fue la Playa de Bolonia. A este paraíso natural llegamos bien prontito por la mañana, para evitar el previsible tráfico. Cuando llegamos había muy poquitas personas, así que caminamos todo el margen derecho de la playa, hasta llegar a la mítica duna, para ascenderla en familia.  

Después de la pertinente zambullida en el Atlántico, los críos y yo dedicamos un rato a buscar fauna entre las rocas. Es la pasión de mis hijos.

Nos retiramos cuando la playa justo cuando empezaba a llenarse y desde la distancia se adivinaba complicaciones en la carretera de acceso a este lugar.

Por la tarde pusimos rumbo a Tarifa, ciudad que me apasiona. Perderse por sus callejuelas del casco histórico, visitar el fortín de la isla, tomarse una cerveza al atardecer o disfrutar de su gastronomía, son actividades indispensables en esta localidad.

Para los que no conocen esta pequeña urbe, comentaros que es el punto más al sur de la Europa continental. Los días claros se divisa claramente la costa montañosa de Marruecos y es, desde luego, una de las mecas mundiales de los deportes de vela más extremos, al tratarse de una costa muy ventosa.

Además es el punto exacto donde se abrazan nuestros dos mares más importantes, por toda la historia que arrastran, por el sustento que representan para nuestro país y por posibilitar otros viajes llenos de descubrimientos . El Atlántico y el Mediterráneo son parte de nuestras vidas.

Otra de las visitas fue a la villa de Véjer. Encaramada también a lo alto de una montaña, es otro de los puntos de visita obligada en Cádiz.

En este momento del viaje nos unimos también con la divertida familia de Luna, Hortensia y Fernando, oriundos de la zona.

Se dice que Véjer está hermanada con la ciudad marroquí de Chaouen, por el amor entre una vejerana y un emir de la ciudad norteña africana. Ella, que acompañó a su pareja en la expulsión de los musulmanes de la península, extrañaba su tierra y él la complació devolviéndole su pueblo en Marruecos, en forma de réplica arquitectónica.

El casco histórico es lo más espectacular; estrechas y empinadas callejuelas que zigzaguean en un laberinto de casas blancas. Cada pocos metros se abren portones, a modo de cuadros, que muestran toda la belleza de los patios interiores, frescos, húmedos y llenos de plantas. Desde los miradores y balconadas exteriores de la ciudadela, contempla uno el característico entorno de la costa gaditana.

Patios interiores

A pocos kilómetros de la histórica villa está El Palmar; extensa y concurrida playa, de ambiente familiar, que permite también en días muy concretos la práctica del surf.

Así que después de tostarnos al sol unas pocas horita, reconozco que no me gusta mucho el tirarme todo el día en la playa, decidimos ir a Caños de Meca  a tomarnos una copa al atardecer.

El local escogido fue el mítico establecimiento de La Jaima Meccarola. Este peculiar sitio se distribuye en terrazas por un acantilado mirando al mar. Todo está techado con lonas y yurtas, dando la sensación de estar en un asentamiento nómada, pero con hermosas vistas al mar y a la costa gaditana. Además la gente guapa que veranea en esta zona, baila y se contonea al son de la música del dj todos los atardeceres.

Nos quedaban pocos días de vacaciones ¿Cuándo volveríamos a Cádiz? Rememorando mi primer viaje a tierras gaditanas, pasamos otro fantástico día en  Zahara de los Atunes. En concreto en uno de los extremos de la playa de los Alemanes.

No imaginaba lo urbanizado que estaba este tramo del litoral. Hace tres décadas no existía tanta vivienda vacacional y tanta gente.

Curiosamente ese día tuvimos también otro encuentro con medusas. En esta ocasión se trataban de las gigantescas Rizhostoma luteum, que aún varadas en la playa  despertaban interés y temor entre los bañistas. Esta especia es menos “complicada”, por ser menos venenosa, que sus parientes más pequeños (suele pasar esto en el mundo animal).

Aquella jornada en Zahara decidimos darnos un capricho gastronómico y acudir a uno de los establecimientos de moda para degustar el atún preparado de distintas maneras. Todos en la familia disfrutamos de esta experiencia culinaria única. Los más pequeños descubrieron otras maneras de comerse este manjar.

Tarta de Atún

Cerramos viaje recorriendo la histórica Cádiz, la tacita de plata.

Comenzamos recorriendo el malecón gaditano, de arriba abajo. Mismo recorrido que muchos actores/actrices han hecho emulando un paseo por La Habana. Otras dos ciudades gemelas.

Después callejeamos hasta llegar al mercado central, punto de encuentro de turistas y locales, donde degustamos unas buenas tapas y cañas como es de buena costumbre a mediodía.

Y caminamos y caminamos hasta no poder más, riéndonos del arte que tiene esta ciudad con olor a mar.

Despedimos nuestro viaje entre la dunas de Valdevaqueros, otro espectáculo de la naturaleza. Nos pegamos el último baño en el Atlántico tempranito por la mañana, aprovechando también para darnos los tradicionales baños de barro de esta playa.

La parte triste de este último recuerdo vacacional fue la imagen de los restos de un botellón nocturno ocultos entre los matorrales y la fina arena. Basuraleza que poco a poco todo lo ocupa. Basuraleza dejada por los más jóvenes.

Matías y yo recogimos lo que pudimos…

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