Relatos de Cuba. Primeras jornadas: «La Habana siempre huele igual».

Fue volver a pisar la capital cubana y los mismos olores volvieron a mi memoria; combustible mal quemado, salitre costeño y la fragancia de los países caribeños.
Esta fue mi primera impresión tras más de 15 años sin regresar a Cuba; que todo seguía igual, que nada había cambiado. Y es que Cuba lleva mucho tiempo varada en mitad del mar. Un barco que no avanza a pesar de todo lo que le rodea.
Aterrizamos tarde, en el vuelo de Iberia que llega diariamente a la isla. Directamente, y tras cambiar unos pocos € en el aeropuerto José Martí, nos dirigimos a la casa que mi buen amigo Dionisio nos tenía reservada junto a la Universidad de La Habana.
La capital de noche impresiona bastante. La gran mayoría de los edificios presentan un aspecto cochambroso, las calles están escasamente iluminadas y la vida bulle por todos los rincones. Tipos inmensos, musculosos, de talla supina y torsos desnudos se paran en cada esquina, conversan en los portales de las viviendas y miran tu rostro pálido a través de las ventanas del taxi. Si no conoces La Habana es cuando preguntas al taxista ¿Me tengo que bajar de aquí? Y sí, aquella era la dirección indicada.
Indudablemente la aparición de Dionisio, impecablemente vestido, ayuda a sosegar el espíritu. Tengo que reconocer que Cuba es de los sitios más cómodos por donde viajar. La gente es encantadora, te ayuda, se enrolla y, probablemente, ese tipo de dudosas apariencias, resulta ser un eminente personaje.
Así que transcurridas un par de horas desde nuestro aterrizaje, ya estábamos “cómodamente” instalados en nuestro ático. Y subrayo cómodamente porque nuestros anfitriones Dionisio y Norma, que seguro que leerán esto, no las tenían todas consigo con el tema del alojamiento. Su apuro era la cantidad de escaleras que tendría que subir mi mujer embarazada. Nada que esta, valiente elemento, no haya vivido ya.
A la mañana siguiente nos levantamos muy pronto. La ciudad a las 7 de la mañana ya bulle de vida y La Habana es ruidosa, muy ruidosa como para seguir durmiendo. Cláxones de todo tipo retumban en las calles, mezclado con el griterío de una gente realmente bullanguera que se despierta cargada de energía. Así que media hora más tarde deambulábamos por las calles en busca de algo que desayunar.
En Cuba unas vacaciones te pueden salir baratas o realmente caras. Todo dependerá, en mi opinión, de la habilidad para el negocio o regateo del turista. Está claro que no en todo los sitios se puede hacer, pero estáis avisados. El caso, y por no predicar con el ejemplo, es que nuestro primer desayuno fue un auténtico fiasco. Pagamos un pastizal por un menú espartano; dos sandwiches cubanos malísimos y escasos, un café, dos jugos y agua por unos 16 CUC = 14€ ¿Acaso estábamos en el Villa Magna? Mi esposa, yo y mis primos, que se irían uniendo al viaje, tendríamos que estar pendientes de estas cosas.
Esa primera mañana la dedicamos enteramente a pasear por La Habana vieja y Centro Habana, donde llegamos dando un paseo desde El Malecón. Nos deleitamos con los hermosos edificios que jalonan esta parte de la ciudad, y que se muestran tan destartalados. Una mezcla de antigüedad, dejadez, falta de dinero y el efecto de la proximidad del mar. Remontamos la calle Prado hasta llegar al Capitolio, punto de partida y kilómetro 0 de todas las carreteras cubanas, para luego bajar a las más apetecible zona de la Catedral, Plaza Vieja y la archí conocida Bodeguita del Medio. Y digo “más apetecible” porque te quitas un poco del tumultuoso tráfico rodado de la capital habanera, su polución y las aglomeraciones de gente. También he de decir que junto a la plaza existe un terracita techada por una cuberita vegetal, que prepara un delicioso guarapo*, bebida típica caribeña que se obtiene del jugo de la caña de azúcar, a la cual se le añade hielo picado y lo que quieras. Para morirse…
Después de almorzar decidimos volver a nuestra casa a dormir una siesta. Hacía demasiado calor como para pasear. Además, a lo largo de la tarde-noche tendría que llegar mi primo Willy a la dirección donde nos encontrábamos.
Con casi dos horas de retraso con respecto a la hora prevista, sus ensortijados rizos rubios asomaron por la puerta de un taxi atestado de turistas y maletas. Sonreía, me abrazo efusivamente y afirmó “creo que ya me la han liado”. Efectivamente las cuentas del taxi no salían. Habían negociado mal en el aeropuerto y ahora pagaban la inexperiencia cubana.
Fue cambiarse de ropa, comprar unas cervezas y en una escasa media hora nos encontrábamos sentados en la fresca terraza de Norma y Dionisio del barrio del Vedado. Esa noche sí tuvimos tiempo de conversar más relajadamente; Cuba, España, amigos comunes y la “farándula” del otro lado del charco Lo curioso es que mi primo, actor de profesión, se convertiría desde ese mismo instante en un ídolo para muchos cubanos. Algunas de las series que ha protagonizado en España son seguidas fielmente por los isleños más jóvenes. Lógicamente estos no podían imaginarse compartir un taxi o una botella de ron con un joven actor español. Estaban emocionadísimos, y era una alegría verles así.

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