Rojo 2, Rojo 2. Despegando….

El pasado fin de semana tuve mi primera experiencia con un motovelero y tengo que decir que es una sensación única.

Llegamos al aeródromo de Santo Tomé del Puerto al mediodía, cuando pegaba todo el calor, y rápidamente buscamos el refugio de la sombra que ofrecían los hangares. Allí Carlos Gómez-Mira padre, amigo de hace años y experto piloto, me dio la mala noticia de que el velero que íbamos a utilizar se encontraba averiado. Pero no estaba la mañana perdida; bajo el tórrido sol de julio y rodeado de cardos borriqueros, un hermoso aparato de cierta antigüedad esperaba remontar el vuelo y surcar el cielo de Somosierra.    

Minutos después, impulsados por la única hélice de propulsión del velero, trazamos círculos cerrados buscando las térmicas que nos permitieran coger altura. Navegamos así hasta los 2000 metros de altitud, límite máximo permitido en esta zona para no interferir con los vuelos comerciales y de pasajeros que entran en Barajas cada minuto, y cuando el altímetro toco este “techo”, desconectamos el motor…

¡Qué sensación amigos! A esa altura no escuchas nada más que el viento soplar a través de la ventanilla de ventilación de la cabina, y sólo eso. Todo lo que te rodea es tranquilidad; no hay ruido de motores, ni pitos, ni gritos. Sólo existe la maquina, la compañía elegida y el horizonte infinito en todas las direcciones.

De esa guisa recorrimos unos cuantos kilómetros, saltando de nube en nube buscando las térmicas ascendentes para ganar altura y luego soltándolas para deslizarnos unos cuantos kilómetros en horizontal.

En las proximidades de las estribaciones montañosas de Somosierra aprovechamos también el viento norte que soplaba para remontar el vuelo y “peinar” algunas de las cumbres más famosas de la zona. Grupos de montañistas alucinaban con semejante buitre al tiempo que disparaban sus cámaras.

Y así transcurrieron las horas, recorriendo un triángulo imaginario entre Aranda del Duero, Riaza y los Pueblos Negros de Guadalajara.

Aterrizamos. Aplaudí a mi guía de los vientos, le agradecí los instantes en los que me permitió jugar con el timón del velero y nos fuimos a saciar el apetito con un buen gazpacho y un pincho de tortilla.

¡Gracias Carlos & Carlos & Curi!

 

Esta entrada fue publicada en Más viajes. Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta