Atardeceres en Bahía de Jagua, saltos de agua y el botánico. Esto es Cienfuegos.

Llegamos a Cienfuegos por la tarde, con el agradable calor llevadero de los atardeceres caribeños. Yo iba dormitando cuando el taxi se paró y escuché el estruendo de la risa local. Al abrir los ojos contemplé el maravilloso espectáculo de una hermosa casa colonial de origen francés, rodeada de una tupida masa vegetal con hermosas flores y frutos, junto a un malecón repleto de gente remojándose en las tranquilas aguas de la bahía de Jagua.

Willy, a través de la muy práctica y poco atendida por nosotros guía de Lonely Planet, nos había conducido hasta ese rinconcito de Cuba llamado Villa Lagarto.  Os lo sugiero desde estas líneas.

Repartimos las habitaciones, soltamos bultos y nos fuimos a pasar la tarde al muelle. Compartimos baño y risas con los locales, y mi mujer y yo degustamos el que probablemente ha sido mejor mojito que haya tomado en mi vida. Ni Bodeguita del Medio, ni Habana Club; en aquel rincón del parque, al final de la calle 35, es donde mejor preparan esta combinación. Por supuesto acompañado de un purito adquirido en el mercado local.

Por la noche, al sentirnos completamente reventados de los días anteriores, decidimos cenar en el mismo hotel. Y que gran acierto. Nos prepararon la mesa en un pantalán junto al mar, a luz de la luna, que mostraba toda su brillantez en una circunferencia perfecta y teñía de plata la bahía.

La cena consistía en tres platos elegantemente preparados con el cariño de quien cocina en casa; sopa de verduras, un plato combinado de langosta y camarón, y guayaba fresca de postre. No se podía pedir nada más para terminar el día.

La mañana siguiente el calor apretaba de lo lindo y nos levantamos demasiado tarde como para aprovechar la fresca del amanecer en la ciudad. El cuerpo nos pedía sombra y agua fresca en la que remojarnos y para nuestra desgracia el malecón, donde la tarde anterior nos zambullimos, empezaba a llenarse de domingueros cienfueguinos.

Entonces la propietaria de Villa Lagarto nos habló de El Nicho, un punto recóndito en la Sierra Escambray donde nace el río Hanabanilla, que es magnífico para pasar el día alejado del tumulto de la ciudad. Además, tenía el contacto de un conductor dispuesto a llegar tan lejos y cobrarnos poco.

Minutos después, aparcó en la entrada del hotel un destartalado coche de la extinta URSS, y se bajo un fornido y bajito conductor. Se presentó por partida doble; él se llamaba Osachi y su coche Palmichi, en honor a un afamado dibujo animado nacional. Nos montamos como pudimos en el carro. Las seis personas y todas las mochilas para pasar un día en la sierra. Era incómodo y caluroso, pero Palmichi sorteaba ágilmente el tráfico de Cienfuego y nos acercaba poco a poco a las primeras estribaciones montañosas. Pero con las primeras rampas llegó el desastre y, como era de esperar, el coche se calentó y tocó parar. Conseguimos agua de unos campesinos, refrigeramos el motor y continuamos viaje. Pero nada, cada pocos kilómetros Palmichi tenía que pararse, fatigado de las poderosas cuestas que llevan hasta El Nicho. Pero merecía la pena, desde luego. El paisaje serrano del interior es hermoso, salpicado por donde mires de pueblecitos de montaña donde los campesinos cultivan el tan delicioso café de la isla.

Tras el agitado viaje de subida hasta El Nicho, por fin llegamos a nuestro destino. Osachi aparcó el coche a la sombra y se puso a dormitar. Nos esperaría el tiempo que hiciese falta.

El recorrido desde el principio es espectacular. Vas ascendiendo por una pequeña senda de montaña que te va llevando por distintas cascadas y pozas.  Todo acompañado de un entorno que quita el aliento. El grupo, además de seguir el curso del río, hizo una pequeña incursión por el interior de la Sierra de Escambray. Abandonamos la senda principal para perdernos por los campos de cultivo de café y contemplar de primera mano la vida de los guajiros o campesinos.

Tantos kilómetros en las piernas bien merecían un refrescante descanso, y buscamos entre los distintos saltos de agua un lugar donde reposar. El chapuzón casi nos corta la respiración, porque aunque estuviésemos en Cuba, el agua de la montaña es gélida. Gélida y transparente; un lugar perfecto para pasar el resto de la mañana.

Para regresar desanduvimos el camino de la mañana hasta el punto donde Osachi nos estaba esperando. Ya no dormía, sino que estaba en una cantina chiquita conversando. Comimos algo, un par de mojitos y pendiente abajo en dirección a Cienfuegos. Palmichi no tuvo problemas esta vez para completar el recorrido de una sola tacada.

Después de un día de montaña, selva y cascadas, decidimos civilizarnos un poquito y salir a dar una vuelta por Cienfuegos. Así que lo primero era escoger un lugar adecuado para cenar, y tras tantos días de frijoles, arroz y pollo, lo que nos apetecía era “guarrear” un poco y tomarnos una pizza.

Era sábado noche y la  ciudad estaba repleta de gente. Caminar por la zona centro y por los bonitos parques de la ciudad permitía tomar el pulso a la juerga nocturna del fin de semana cienfueguino.  Pero es que, además de tratarse de un día tan señalado de la semana para la marcha, El Insurrecto iba a dar un concierto en la ciudad. Este es un famoso cantante de rap nacional que, la verdad, suena cojonudo, y que tenía revolucionado a todo el personal.

Así que terminamos tomando una pizza con extra de grasa en uno de los parques mencionados, rodeados de una juventud ya borracha a base de ron a palo seco y expectantes con lo que iba a acontecer en el concierto. Para la ocasión ellos vestían sus mejores galas raperas, y ellas cubrían sus cuerpos espectaculares con unos vestidos mínimos.

Pero entre tanta horda rapera, la melena rubia de Willy volvió a convertirse en centro de atención. Nos pararon en repetidas ocasiones, le fotografiaron, le jalearon y decidieron desde ese instante acompañarnos por todo Cienfuegos. Y aunque mi mujer y yo nos saltamos El Insurrecto, sé que la noche de mis primos en compañía de los locales fue de los más divertida.

Sorprendentemente a la mañana siguiente, y a pesar de la escapada nocturna, todos nos levantamos bastante pronto. Teníamos ganas de hacer cosas en nuestro último día en Cienfuegos. Y reunidos en “comité revolucionario”, mirando la hermosa bahía de Jagua, mientras degustábamos un café hirviente bajo un tórrido sol tropical, decidimos que lo que nos apetecía era una visita al Jardín Botánico.

Dicho monumento nacional es el más importante de todos los jardines botánicos de la isla, por antigüedad, extensión y variedad de especies. Un placer para los sentidos el pasearse entre los los bambúes,  jagüeyes (ficus) o palmas. Además de la oportunidad de conocer un poco más acerca de los árboles frutales de esta parte del trópico y de la inmensa colección de orquídeas con la que se cierra el recorrido.

Y a la fresca de un inmenso ficus, nos tocó esperar a un nuevo chofer contratado a través del mítico Osachi para que nos llevara a Trinidad. Y nos toco esperar. Todo al ritmo caribeño.

 

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