Playa Girón – La aventura del buceo en el Caribe y en los Cenotes.

Temprano, muy temprano, nos recogió Ariel en su Chevrolet de los años 50. Este tipo de coches tan llamativos conservan su vieja carrocería pero, contrariamente a lo que pudiera parecer, llevan motores muchos más actuales para poder circular.

En estos países, donde todo es escaso para una gran mayoría, los motores nunca pueden estropearse. La falta de repuestos hace volar la imaginación para que todas estas máquinas nunca se detengan. Creo que es en estos lugares donde se encuentran los mejores mecánicos del mundo.

Además de los viejos carros americanos, también se pueden contemplar los funcionales automóviles rusos y coreanos del siglo pasado y, si tenemos suerte, podremos ver algún lujoso coche occidental. Probablemente pertenezca a un extranjero o a un afamado cantante de reggaeton exiliado.

La primera parada de nuestra ruta cubana nos encaminaba hacia Playa Girón, punto clave para los amantes del buceo en pared y en cuevas. Se daba la circunstancia que todos los primos presentes en el viaje buceábamos y nos apetecía pegarnos una zambullida. La pobre Jessy se quedaría sin bucear al encontraste en su cuarto mes de gestación.

Tras casi 3 horas de coche llegamos a Playa Larga, pequeña localidad que marca el comienzo de Bahía Cochinos. En este lugar, aconteció en 1961, el estrepitoso fracaso del exilio cubano y la CIA por tomar control de esta parte de la isla y montar una contra revolución. La idea original era instaurar un gobierno provisional y, junto con el apoyo de OEA, derrocar a las fuerzas revolucionarias de Fidel. El experimento terminó con un centenar de muertos y muchos prisioneros en las cárceles cubanas.

Desde que entramos en la serpenteante y estrecha carretera que bordea el mar, y que nos llevaba hacia Girón, la marcha se ralentizó bastante. Los punzantes restos de una masiva migración de cangrejos que había cruzado por aquel lugar días antes, ponía en riesgo la integridad de nuestros neumáticos. El olor era también nauseabundo.

Llegamos a Playa Girón, nuestro destino. El primer objetivo era encontrar alojamiento, dado que el sol apretaba y queríamos soltar las pesadas mochilas cuanto antes, y la suerte nos sonrió. Ariel, nuestro amigo y conductor, había pasado su luna de miel en aquel mismo lugar. Mientras que nosotros cuando nos casamos solemos marcharnos a lugares recónditos y exóticos, el cubano tiene que conformarse con las delicias de su país. Y digo esto no porque Cuba esté mal, que no lo está para nosotros los turistas, sino porque simplemente no pueden tomarse unas vacaciones al exterior. No hay dinero y no hay permiso. Eso sí, las vacaciones nacionales pagadas por el estado en un todo incluido junto al mar. El precio rondaba los 15CUC la noche.

Pero a las pocas horas de nuestra llegada nos dimos cuenta de que no permaneceríamos mucho tiempo allí. El tipo de turismo del “todo incluido” se convierte en un “todo vale” que llega a ser desesperante. La hora de la comida era como un zafarrancho de combate, con colas y empellones por hacerse con un plato que realidad no se iba a agotar. Las horas muertas las pasaba la gente tirada en la piscina en estados alcohólicos deplorables. Una mezcla de ron y sol que derretía los cerebros de todos aquellos que se dejaban llevar por esa orgía de “como y bebo hasta reventar”. La piscina, dado los usuarios, presentaba un misterioso tono amarillento, y en uno de los laterales una oronda canadiense con pinta de cangrejo agitaba sus carnes al ritmo del reggaeton.

La decisión estaba clara; terminar con el buceo y moverse por Cuba. 

Sí he de reconocer que junto a las instalaciones hoteleras había una playa realmente agradable. La típica postal paradisíaca caribeña donde sólo los habitantes de Girón iban a bañarse. Descansamos un poco, dormitamos, nadamos en las cálidas aguas caribeñas y, como de costumbre en todo viaje que se precie, me lesioné. Y es que junto a mi primo Pepo, mientras intentaba sacar una hermosa instantánea submarina, pisé un inmenso erizo de mar de púas largas. Estas, penetraron en mi carne blandita y dejaron un reguero de sangre en el agua.

La cura fue mejor que el accidente, y es que con un poquito de ron, una hoja puntiaguda de una espacie de planta de aloe y una vara, los médicos locales lograron milagros; me dolía más el pie, pero las risas que nos echamos…

Sobre las 10 de la mañana nos lanzamos al agua para realizar la primera de las inmersiones planeadas. Las primeras sensaciones fueron espectaculares, sobre todo en lo que a visibilidad se refería. Me atrevería a decir que aquella mañana el agua estaba como nunca antes la había visto. Podías localizar, de un simple golpe de vista, a otros buceadores situados a 40 metros de distancia.

 La excepcional calidad del agua hizo más espectacular si cabe la llegada al borde del cantil. Así es como se denomina a la plataforma continental que cae desde aguas someras hasta los 600 metros de profundidad y que se pierde en el abismo oceánico. Las formaciones coralinas, las esponjas y gorgonias distribuidas por toda la pared eran de una belleza sobre cogedora. Se distribuían por terrazas, a modo viviendas particulares engalanadas para la visita. Y es que con aquella visibilidad podrías seguir el espectáculo hasta que se perdía en el azul.

El único aspecto negativo de la inmersión fue la ausencia casi total fauna marina. Salvo pequeños peces de arrecife, que te acompañan acostumbrados a la comida de los guías, y una raya de tamaño medio, la ausencia de vida es casi total.

También quiero destacar que mis primos contemplaron por primera vez un pecio de reducidas dimensiones. Un barco camaronero hundido en el transcurso de una tempestad.

La siguiente inmersión la realizamos en un cenote llamado El Brinco. Los cenotes son cavernas sumergidas ubicadas  en el interior de la isla. Sus aguas, como en este caso, pueden ser una mezcla de agua dulce y salada, lo que genera espectaculares haloclinas en el transcurso de la inmersión .

Otra de las características del buceo en estas cavernas es el  increíble acceso a las mismas, ya que se encuentran en grutas localizadas en mitad de la selva. El Brinco se caracterizaba además por “el brinco” que había que pegar para llegar al agua.

Una vez sumergido, la transparencia y los juegos de luces a través del follaje de los árboles sobrecogían hasta los corazones más insensibles. Mi primo Emilio, que no es un apasionado del buceo, definió ese cenote como uno de los espectáculos más impresionantes que habían contemplado sus ojos, sólo por detrás del Perito Moreno.

Tras la impresión de la inmersión en el cenote, llegó a eso de la media tarde la impresión de ver el primero de los clásicos jugados entre el Madrid y Barcelona la pasada temporada. Y es que en Cuba se vive con mucha pasión el fútbol. Más de lo que nos imaginábamos.  En un bareto perdido de la mano de Dios, en un callejón oculto del pueblo, confluían las hinchada cubana de ambos equipos minutos antes del partido. Todo eran gritos, risas, bromas y retos. Pero durante el partido todo se transformó y la tensión se mascaba en el ambiente como prolongación de lo que acontecía en el campo. Aquel lugar parecía el aledaño de algún estadio de relevancia con sus ultras  más exacerbados. Todo te hacía pensar que estaba en cualquier sitio, salvo en Playa Girón.

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